Magnolia Music Magazine Magnolia Music Magazine
info@magnoliamusicmagazine.com
Magnolia Music Magazine Magnolia Music Magazine
info@magnoliamusicmagazine.com

VAL: Una historia de Padano

La puerta de casa estaba cerrada, los nervios de un primer encuentro ordenaban mis pensamientos, quienes subían y bajaban de temperatura a grados incalculables e inhumanos. Obsesionado por los fallos de las nuevas tecnologías, miraba constantemente una luz que nunca se encendía. 

Mi mano, se alió en lo que era la liberación secuencial de ese estado y como efervescencia, todo subía buscando una salida. Decidí parar, sinápticamente conecté la parte de mi cerebro que aún respondía, en detener mi mano, que no aplicaba otro movimiento que de subida y bajada. Suspiro a suspiro, exhalé aliento, fuerza y conciencia, apreté mis piernas y detuve lo que ocasionaría una caída sin protección. 

Para mi sorpresa, en ese momento sonó el telefonillo, ahí estabas. 

Ya olía tu piel. Ya escuchaba tu respiración. Ya sentía tu aliento recorriendo mi cuerpo. Ya veía el fin de ese encuentro. 

Cuando cruzaste la puerta, un aliento sobrecogió mi ego. Este desconcertado bajo, al mismo tiempo que mis pantalones y al mismo en el que mi espalda, halló apoyo en la fría pared del descansillo. 

Mis manos volvieron a navegar sin rumbo, pero con más libertad que nunca. Se agarraron a tu cabeza, mientras me adentraba en tu boca, rescatando cada pasión que se había acobardado. Apretaba y soltaba, como habían reproducido previamente escenas de películas. 

Me olvidé de todo lo que había aprendido, pues me sentía más cómodo volando libre en ese vaivén de emociones. 

Tus manos agarraban cada dimensión desconocida de mi cuerpo, en las que sobraba la ropa, pero demandaban sudor y gemidos. 

Nuestros pezones se empequeñecieron, no por vergüenza, más bien por placer. Todo se agrandó de nuevo, con un par de lamidas, en las que sentí cada poro de tu lengua, rascando y haciéndome presente en ese instante. Recuerdo que me dibujaste con esa lengua, hiciste un trazo de tu recorrido que aún humedece mi estado, provocando erecciones que no puedo ni quiero controlar. 

Esa lengua me acompañó y me guió en ese proceso. La encontré iluminando zonas que normalmente pasan tiempo en penumbras. Se detuvo en mi ombligo, jugó con el pendiente que hay colocado para no perder el rastro que señala hacia dónde ir. 

Como buen orientador, continuaste el camino de suspiros que había marcado. Bajaste mi ropa interior, mientras exhalabas aire caliente, tan caliente, que empañabas mi vientre. Me sobrecogí, pero me volví a armar cuando exhalé contigo, mientras encontraba mi punto de apoyo, mi trascendencia a la realidad, mis manos arrugando cada dimensión de sábana que tenía cerca de mi. 

Te empeñaste en seguir bajando, adentrándote en una zona en la que había roto el mapa de guía. Mi mente, mi cuerpo, entero, daban vueltas sin saber dónde ni cuando parar. Yo, inmóvil, miraba el techo, sin necesidad ninguna de contar desgastes del tiempo. Solo podía doblar, retorcer, desordenar mi expresión corporal con cada una de las bajadas que hacías en mi. 

Mi erección era firme, fuerte, arrastró cada mililitro, centilitro y litro de sangre hacia ella, como un tornado dirige hacia su epicentro todo lo que quiere arrollar. Ahí es dónde concentraste tu máximo esplendor, ahí es donde yo decidí desaparecer. 

Mil canciones sonaban en mi interior, mil ruidos rompían con el silencio que demandaba la noche. Mis piernas se encogían, encontrando un punto de apoyo, momento en el que sentía tu cabeza entre ellas, eran tu paréntesis de insonorización. Así, no escuchabas las veces que decía tu nombre, como quien invoca la mayor de las suertes. 

Todo mejoró cuando retomamos la conversación que teníamos pendiente, cuando nuestras bocas se aliaron, pues rescaté un sabor que tenía olvidado, el de la impureza de mi entrepierna. Es realmente placentero saber a qué sabe uno mismo. 

Dirigiste tu boca a mi oído, sabía que no era para relatarme nada, sino para escuchar a qué suena tu respiración. Con un movimiento sensualmente brusco, elevé tu cuerpo sobre el mío. Te sobraba la ropa interior, por ello, la aparté discretamente de la parte que estaba demandando. Sabía que era mi turno, sabía que me tocaba recordarte por qué estábamos ahí. 

Nuestros horizontes se hicieron uno, solo había una silueta que identificar. Tu cuerpo demandaba sábanas, así que como trapecista avanzamos en nuestras habilidades. Probaste la suavidad con la que trato las cosas, cuando estoy solo. Todo se asentó con un suspiro. 

Ligeramente recorrí tu cuerpo, comencé por el cuello, ese que no cesaba en su ritmo de respiración. En se momento me permití el lujo de cerrar el paso al aire, necesitaba que me miraras, que pidieras e invocaras de la misma forma que lo había hecho yo. 

Intentaste recogerme el rostro, pero era yo quien dominaba la situación ahora. Era yo, quien marcaba las líneas que íbamos a pisar. Así que, tus manos terminaron atrapadas debajo de la almohada. 

Mis labios se adaptaban a la estructura de tu cuerpo, al mismo tiempo calentaban y humedecían los rincones que arrasaban. Tu cuerpo, reaccionaba en cada roce, sabía que tu mirada estaba nublada, tus manos bloqueadas, y tu ser era prisionero de mis indicaciones ahogadas. 

Llegó el momento de dejarte expuesto, de quitar cada capa que no era tuya, la ropa iba fuera. Solo quedaba lo natural, solo quedaban nuestras pieles. En silencio te demostré que oralmente, no solo dispongo de una lírica brillante. Mis labios y mi lengua formaron un perfecto comando de ejecución, moviéndose rítmicamente en un ritual de placer y sensaciones. 

Cuando terminé, nuestros cuerpos fueron como imanes, de polos opuestos, atrayendo y arrastrando todo. Mi cuerpo subió, y con él tus piernas, creando una simbiosis perfecta, como esas piezas que ansiosas esperabas jugando al Tetris, pues te iban a otorgar la victoria que tanto anhelabas. 

Sin llamar, entré. Cuando esto pasó, solo se escuchó nuestra voz, en una, un perfecto dúo de placer sin miedos, incertidumbres ni vergüenzas. Liberé tus manos de nuevo, las necesitaba aprobando cada movimiento que realizaba contigo, ahora sí tocaba que me recorrieran. Escogiste mi espalda, espacio de mar, tus manos no podían aferrarse a ella del agua que llevaban acumulada. Noté como me arañaste alguna que otra vez, pero sabía que era por placer, por hacerme saber que seguías ahí, que estaba tocando la tecla exacta que necesitabas en ese momento. 

Nos llamarán tradicionales, pero no necesitamos salir para volver a entrar, continuamos encajados. Ahí, encontramos la salida. Cuando apretaste tus piernas, dificultando mi entrada, sabía que había llegado el momento, y como un coro de gospel, dimos los dos el arqueamiento definitivo, entonando juntos el cierre de nuestro encuentro. 

Desde entonces, no nos hemos vuelto a ver… maravillosamente sueño.

Padano
Últimas entradas de Padano (ver todo)
Español